domingo, 21 de octubre de 2007

Axe, la criatura de Fernando Vega Olmos

He tenido el privilegio de departir dos veces durante mi corta perio intensa actividad profesional con Fernando Vega Olmos, uno de los creativos argentinos con más talento de las últimas décadas. La primera, un cuestionario frío a través de Internet con motivo de la presidencia del jurado del FIAP, y la segunda, ya en Madrid, con motivo de la presentación de LOLA, agencia del grupo Lowe con la que pretende erigirse en la referencia hispanoamericana de la multinacional. En sus oficinas de Marqués de Cubas, vi a un Vega Olmos bronceado, y aires de yuppie, aunque sin llegar a perder ese aura que desprenden aquellos que tienen el don de la creatividad.

Hablando de todo un poco, le di las gracias por atenderme y darme la posibilidad de ver cómo piensa el director creativo mundial de Unilever (si fuera tonto, seguramente no estaría allí), una persona que únicamente con su cabecita fue capaz de crear y posteriormente posicionar una marca como AXE en un mercado tan saturado como el de la higiene masculina.

Ahora bien, esta semana, casi instintivamente, cuando me dijeron que el colectivo de enfermería protestaba por la última campaña de la firma, mi cerebro se volvió hacia este argentino fanático de Boca, mucho antes de que su propia gente se diera cuenta del berenjenal que se había ocasionado. Tras analizar el spot, tengo que decir que veo muy poco (por no decir nada) que se salga de la línea creativa que la firma ha mantenido desde sus comienzos, de ahí que no entiendo por qué se ha montado todo este lío.

¿Son éticamente reprobables las campañas de AXE? ¿Deberíamos crucificar a Vega Olmos por ellas? Mi opinión sincera, es que no: vivimos en un mundo anglosajonizado en el que el sentido del humor ha dejado paso a los eufemismos, en que nos preocupamos por las gilipolleces en lugar de lo realmente importante, y con el que vamos a conseguir ser una comunidad perfectamente cuadriculada y perfectamente respetable. Y yo digo ¿quién quiere ser un clon? Es precisamente nuestra capacidad de reirnos de nosotros mismos, de tocar esa fibra que sólo tenemos los humanos lo que nos hace ser especiales. ¡No lo estropeemos con tonterías!

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